En septiembre de este año, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) publicó el reporte United in Science que recoge la última evidencia científica sobre el clima. La conclusión es contundente: estamos lejos de cumplir con los objetivos climáticos globales, poniendo en riesgo un futuro sostenible para todos, llevando al planeta a condiciones climáticas jamás experimentadas ni por nosotros ni por nuestros ancestros.
Según el organismo, las emisiones globales de gases de efecto invernadero (GEI) aumentaron un 1,2 % entre 2021 y 2022, alcanzando los 57,4 mil millones de toneladas de dióxido de carbono equivalente (CO2e). Las concentraciones globales de CO2, metano (CH2) y óxido nitroso (N2O) también registraron nuevos máximos.
El 2023 se convirtió en el año más cálido registrado, alcanzando niveles récord de calor en los océanos y una reducción sin precedentes en el hielo marino del Ártico y la Antártida. A falta de los datos finales de 2024, las temperaturas globales continúan alcanzando niveles récord.
Julio es climatológicamente el mes más caluroso del año a nivel global, y el de 2024 es considerado el más cálido registrado desde 1850, según datos de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos (NOAA, por sus siglas en inglés). La temperatura de julio superó en 1,7 °C el promedio histórico, y en los océanos alcanzó el segundo registro más alto, con 0,98 °C por encima del promedio, marcando una preocupante tendencia de calor extremo.
Según Víctor Hugo González, Ph.D., experto en Geoinformática, “la concentración de gases de origen humano ha elevado la temperatura global en más de un grado, intensificando eventos climáticos extremos como el fenómeno de El Niño que se nutre de las aguas cálidas del Pacífico, cerca de la línea ecuatorial, alterando los patrones de precipitación.”
González explicó que este fenómeno provoca lluvias intensas en algunas regiones y sequías en otras. Como ejemplo, mencionó que Sudamérica está experimentando una notable escasez de lluvias, mientras que en África y Asia, las tormentas causan inundaciones, daños a infraestructuras y pérdida de vidas, impulsadas por la incidencia del fenómeno de El Niño.
“Si bien existen cambios estacionales, es evidente que estos efectos se han intensificado últimamente. En las épocas de lluvia, ahora vemos precipitaciones mucho más abundantes, mientras que en los periodos secos, la ausencia de agua es cada vez más marcada. Aunque estos ciclos de subidas y bajadas siempre han existido, como en la intensa sequía de 2016, lo preocupante es que las sequías actuales son más pronunciadas y frecuentes.”
El experto señaló que hace unas décadas, un fenómeno extremo podía ocurrir cada 20 años, pero actualmente pueden suceder dos eventos similares en solo una década.
El aumento de temperatura en uno o dos grados en tan solo 50 o 100 años, supone un desafío enorme para las especies, cuya adaptación ha llevado miles de años. Este cambio rápido también afecta ecosistemas como el amazónico, que al depender de condiciones de humedad estables, se vuelve más vulnerable y susceptible a la degradación ante estas anomalías climáticas, afirma el investigador.
Según se destaca en el informe The 2024 state of the climate report publicado en la revista Bioscience, los desastres climáticos extremos, como olas de calor y lluvias intensas, están agravando el sufrimiento humano, con un impacto que supera los patrones climáticos históricos, vinculándose a efectos adversos como muertes directas, mayores costos de salud, problemas de salud mental y enfermedades cardiorrespiratorias.
El calentamiento global es solo una parte de una profunda policrisis que abarca la degradación ambiental, el aumento de la desigualdad y la pérdida de biodiversidad. El cambio climático refleja un problema sistémico: el exceso ecológico, donde el consumo humano supera la capacidad regenerativa de la Tierra, una situación insostenible a largo plazo.
Según Víctor González, “primero, debemos identificar los riesgos a los que estamos expuestos y luego elaborar un plan de acción, lo cual requiere inversión. Por ejemplo, durante la reciente emergencia por incendios forestales, solo había un helicóptero disponible para combatirlos. Esto resalta la necesidad de invertir en sistemas predictivos y una mejor preparación para enfrentar futuras crisis.”
La inteligencia artificial (IA) y el aprendizaje automático (AA) están transformando la previsión meteorológica, ofreciendo herramientas que facilitan la adaptación al cambio climático, la reducción de riesgos de desastres y el desarrollo sostenible. Gracias a sus rápidos avances, la IA y el AA permiten una modelización meteorológica más rápida, económica y accesible, incluso para países de bajos ingresos con recursos computacionales limitados.