El mundial sueco de 1958 anunció el nacimiento futbolero del brasileño Pelé y la muerte del ruso Streltsov, el otro Pelé. Esa fue la primera muerte de Streltsov, la muerte clínica. Pues, en vez de jugar en el campeonato del planeta y ser una de las estrellas, fue enviado a un gulag siberiano por una acusación falsa.
El apellido Streltsov proviene de la palabra eslava “strelets” lo que significa tirador.
Al protagonista de este capítulo lo apodaban el “Pelé blanco” por varias semejanzas con O Rei (El Rey, apodo francés que recibió Pelé en 1961). Ambos debutaron a los 16 años en el fútbol profesional y a los 17 en las selecciones de sus países. Jugaban como delanteros y metían goles imposibles. Eran finos, elegantes y letales dentro del área. Pertenecían a una misma generación y su futuro no tenía techo.
El apellido Streltsov proviene de la palabra eslava “strelets” lo que significa tirador. Era un hombre diferente: en la cancha, con su juego y originalidad; y en la vida, con su carácter bohemio y libre que no cuadraba con las reglas de la latitud ni de la época.
Eduard Streltsov nació el 21 de julio de 1937, en los suburbios de la capital rusa. Tuvo una infancia gris marcada por carencias. Su padre era un militar que murió durante la Segunda Guerra Mundial. Su madre trabajaba en las fábricas de Zil, en cuyo equipo Streltsov se estrenó como futbolista. Era hincha de Spartak de Moscú, pero los que primero se fijaron en él fueron los de Torpedo. Él jamás les traicionó, a pesar de las insistencias políticas de firmar con los cuadros de los militares (CSKA) o de la milicia (Dinamo), donde todos los jugadores recibían rangos de oficiales y eran miembros del partido comunista.
El inicio de su carrera parecía un cuento de hadas. En su segunda temporada en la élite soviética, con apenas 17 años de edad, Streltsov ya era el máximo goleador de Torpedo: 15 goles en 22 partidos. En la selección de la Unión Soviética debutó con hat trick contra Suecia (1955). Y para reconfirmar su forma espectacular, en el próximo partido (versus India) metió otro hat trick. Al siguiente año, en 1956, ganó el oro olímpico en Melbourne. Luego fue la figura clave en la eliminatoria y en la víspera del mundial ya contaba con un récord: 18 goles en 20 partidos para la selección. Al mismo tiempo, se proclamó subcampeón de la Unión Soviética, y quedó séptimo en las votaciones al Balón de Oro. Nada mal para un joven que todavía no se afeitaba.
Fuera de la cancha era una versión rusa de Georges Best. Fumaba, tomaba y tenía aventuras de alto voltaje. Era radiante y arrogante. Era todo lo que no se ajustaba con la imagen ejemplar del hombre soviético. Se sentía un semidiós. En las fiestas se codeaba con los de Kremlin. Llegó a rechazar e insultar a la hija de la Ministra de Cultura, Yekaterina Furtseva.
Dos semanas antes del mundial de 1958, la farra se terminó. Lo acusaron de haber violado a Marina Lébedeva, una joven de 20 años. Le arrestaron, le llevaron a los sótanos de los servicios secretos y le prometieron que va a jugar el mundial si reconoce su culpa. Y él firmó la confesión escrita por otra mano. Sin embargo, no lo mandaron a Estocolmo como le habían prometido, sino a Siberia. Así, mientras el Pelé brasileño maravillaba al mundo con sus goles y gambetas y ganaba su primer título mundial, el Pelé blanco cumplía una condena de 9 años en un campo de trabajo forzado.
En 1963, lo liberaron, pero no le dejaron volver a la cancha. Apenas dos años más tarde, el nuevo líder del país, Leonid Brézhnev, firmó su permiso para jugar.
Streltsov ya era otra persona, visual y espiritualmente. Un hombre sin sonrisa, apagado, envuelto en silencio. Hasta su estado físico no era como antes, aunque tenía nada más que 27 años. Solo un elemento se mantenía intacto: su habilidad futbolera.
Gracias a sus goles, Torpedo se proclamó campeón de la Unión Soviética. Streltsov llegó a ser el futbolista del año. El público volvió a aclamar su nombre en los estadios. Pero otra vez no jugó en el mundial (1966, en Inglaterra), porque un ex preso no podía representar a la patria ante el mundo.
Lo convocaron tres meses después del mundial –en el cual, entre paréntesis, los rusos tuvieron una presentación nefasta–, y él enseguida lo festejó con un gol en el arco de Alemania Democrática.
Se retiró a 33 años de edad como el cuarto goleador en la historia de la selección rusa y con un puesto indiscutible en el top 50 de los mejores futbolistas del siglo XX. Hasta hoy día, en Rusia, a las jugadas con taco se les dice “pase Streltsov”.
Dos décadas más tarde, 1990, un día después de cumplir 53, falleció de cáncer. Lo enterraron cerca del legendario arquero Lev Yashin.
En su honor, en 1996, Torpedo de Moscú cambió el nombre de su estadio a “Eduard Streltsov”. Dos años más tarde, frente al Estadio Olímpico “Luzhniki”, en donde se van a jugar el partido de inauguración y la final del próximo mundial, elevaron una estatua de Streltsov. Y en 2001, una comisión liderada por el campeón mundial de ajedrez, Anatoli Karpov, comprobó que la acusación en contra del futbolista fue una orden política. Venía del presidente en aquella época, Nikita Jrushchov. Según él, Streltsov desafiaba la moral soviética, era un mal ejemplo para la juventud y merecía un castigo.
No sirvió para mucho aquella conclusión de la comisión, pues el Pelé blanco ya llevaba 11 años en la tumba. Era como ponerse la capucha después de la lluvia, como dicen en estas tierras.
Mientras tanto, una misteriosa mujer seguía llevando flores a la tumba de Streltsov. Un día revelaron su nombre: Marina Lébedeva, la misma que lo había acusado de violación.