Todo conocimiento tiene un punto de partida y comienza con un nombre, un nombre que otorgamos a un fenómeno, un concepto, una planta, una característica, una propiedad, un animal, una acción, cualquier cosa, si no tiene nombre no existe en nuestra realidad percibida, y mucho menos, podrá ser parte de nuestro sistema de conocimiento. Linneo, el padre de la taxonomía moderna, es decir, la clasificación de seres vivos en niveles jerárquicos, desde niveles más amplios hasta los más exclusivos según sus características evolutivas, decía que “si ignoras el nombre de las cosas, desaparece también lo que sabes de ellas”. La descripción de una nueva especie aporta una ficha más en un puzzle del que tenemos que seguir descubriendo sus fichas.
Santiago Ramón y Cajal, premio nobel de medicina y fisiología, reflexiona sobre las aptitudes del investigador frente al descubrimiento, afirmando que “el descubrimiento no es fruto de ningún talento originariamente especial, sino del sentido común, mejorado y robustecido por la educación técnica y por el hábito del meditar sobre los problemas científicos”. Muchos descubrimientos científicos han sido fruto de un trabajo sistemático, en otros, la fortuna o casualidad han sido importantes para hallar la clave, pero siempre, como diría Lois Pasteur, “la suerte solo favorece a la mente preparada”.
En el periodo 2014-2022 se han publicado 15 artículos científicos en revistas de alto impacto, de los cuales uno o varios docentes de la UTPL han estado involucrados, que contienen el descubrimiento de 20 especies nuevas para la ciencia, es decir, una especie nueva cada 146 días. Estos descubrimientos se han dado en los campos de la herpetología (13), Botánica (4), Mastozoología (1), Entomología (1) y Paleontología (1), en este último campo, gracias al descubrimiento en el año 2020 de una nueva especie de titanosaurio denominado Yamanasaurus lojaensis que habitó hace 85 millones de años en la provincia de Loja, siendo el único dinosaurio descubierto en Ecuador hasta el momento.
Ecuador es un país megadiverso; una pequeña fracción de su territorio puede contener más especies que toda la extensión de otros países. Según Paúl Székely, docente investigador de la UTPL que ha participado en el descubrimiento de 11 especies de anfibios nuevos para la ciencia (hasta el momento de la redacción del artículo), afirma que estas condiciones han propiciado un contexto de déficit de conocimiento. Avanzar en el descubrimiento de nuevas especies “es importante para saber qué hay” fruto de la curiosidad científica, pero también, el papel del descubrimiento tiene una función práctica “si hay especies que no tienen nombre, no puede ser catalogado su estado de conservación ni su grado de amenaza, lo que conlleva, que no se puedan implementar acciones para su protección. La supervivencia de toda una especie puede depender del nombre”, afirma.
Los descubrimientos nunca llegan solos
Una vez catalogada la especie, la siguiente fase se debe centrar en conocer más detalles como tamaño poblacional, necesidades, relaciones simbióticas, distribución, entre otras. En Ecuador hay especies de anfibios que se les considera microendémicas, es decir, que únicamente se encuentran en una quebrada o en una parte de una montaña, debido a las barreras entre poblaciones que surgió con la elevación de los Andes, lo que les llevó a un proceso evolutivo propio. Pero también, tenemos especies ampliamente distribuidas, como sucede en las regiones Costa o Amazonía.
Debido a la falta de recursos económicos y humanos para la conservación “debemos centrar esfuerzos en casos superurgentes”, afirma Paúl, casos de fauna microendémica que habita en un lugar muy específico y que al modificarse ese lugar podría extinguirse toda una especie. “Aunque tenemos que ser conscientes, que esto no significa que las especies de mayor distribución no tengan también sus problemas”, asegura.
“Tenemos las dos caras de la moneda, por un lado, una biodiversidad increíble, pero a la vez, estamos entre los países sudamericanos con mayor tasa de deforestación. Cada día, con cada bosque que se destruye, no sabemos ni siquiera lo que estamos perdiendo”, prosigue el investigador, “no veo que los datos científicos se estén usando para tomar decisiones”.
“Crecimos en un momento en el que todavía podíamos disfrutar de una rica biodiversidad, con abundantes mariposas y colibríes, pero es muy posible que en dos generaciones más, los niños que crezcan ni siquiera las conozcan ¿cómo podemos aceptar esto?” Se cuestiona Paúl, la pregunta que todos nos deberíamos hacer es “¿por qué no conservar?” asegura. La educación científica, educación ambiental, deben ser pilares fundamentales para poder cambiar de rumbo, unidas a la recuperación como sociedad de la capacidad de asombro, fascinarnos con la multiplicidad de formas de vida distintas que existen, valorando su existencia para que mantenga viva la llama de la curiosidad intelectual, la cual ha sido un regalo de nuestra evolución.
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