En 1978, José Velásquez jugaba de centrocampista, llevaba patillas como Elvis, era bicampeón con su Alianza Lima y formaba parte de aquella selección peruana que maravillaba al público y daba miedo a los rivales. Combinaba elegancia, técnica, fuerza, carácter con la habilidad de meter goles. Le apodaban el Patrón.
Con figuras como Velásquez, Chumpitaz, Oblitas, Cubillas, Sotil, Cueto, Quiroga, Perú había ganado la última Copa América (1975) y había clasificado de forma invicta al mundial de 1978.
En otras palabras, de los peruanos se esperaba una presencia notable en las canchas argentinas, en las cuales se disputó el XI mundial. Y efectivamente, ellos empezaron con el pie derecho. Dos victorias, un empate, diferencia de goles 7 a 2, primer lugar en el grupo, por encima de la misma Holanda, que dos semanas más tarde será el subcampeón del mundo.
Pero luego el guion cambió drásticamente. En la segunda fase, Perú era un equipo irreconocible. Jugo mal, perdió los tres partidos, recibió 10 goles, no marcó ni uno solo y registró la derrota más vergonzosa en su estadística: 0 a 6 de Argentina.
Sí, es verdad que les tocó un grupo hostil. Competían contra los anfitriones, contra el tricampeón Brasil y contra Polonia que vivía su Renacimiento futbolero. Es algo normal perder de semejantes rivales. Probablemente, es normal no conseguir ni un tanto en sus arcos. Hasta se puede decir que es normal que te goleen. Pero en este caso hubo algo más.
Cuarenta años más tarde, el marzo pasado, José Velásquez, ya pelado, ya sin patillas de Elvis, pero todavía con el mismo porte de cacique, lo reveló a los medios peruanos. Sin pelos en la lengua, el Patrón confesó que seis compañeros suyos “se vendieron” para perder de Argentina.
“Es una realidad que los dirigentes se vendieron y muchos han investigado, hay hasta libros escritos. Que no tenga pruebas, no quiere decir que no haya pasado. Y seis jugadores también se vendieron. Solo puedo nombrar a cuatro, porque hay otros dos que son famosos y puedo dañar sus carreras. Los que se vendieron fueron Rodolfo Manzo, Raúl Gorriti, Juan José Muñante y Ramón Quiroga”, señaló Velásquez.
El mismo arquero de la selección peruana, Ramón Quiroga, es argentino de origen. Por esta razón Velásquez y algunos compañeros suyos, un día antes del partido, se acercaron al entrenador con un pedido especial: que no juegue Quiroga.
“¿Por qué queríamos que no atajara Quiroga? Era argentino y lo iban a abordar, amenazar y queríamos protegerlo de alguna manera. Seis jugadores nos reunimos para decirle al técnico Marcos Calderón que no atajara Ramón Quiroga y aceptó. Al día siguiente, lo primero que hizo, es ponerlo. ¿Qué puedes pensar? ¿Se vendió o no?”, cuenta Velásquez.
Al siguiente día, no solo Quiroga era titular, sino que, en el minuto 55 del partido con marcador 2 a 0, lo que era insuficiente para la clasificación de los anfitriones a la final, el entrenador sacó a Velásquez de la cancha. Puso a Gorriti en su lugar. El Patrón Velásquez era el líder del equipo y no estaba lesionado, pero lo sacaron, según sus testimonios, por haber reclamado un juego fair play el día anterior. Después de su salida, en los 35 minutos restantes, el resultado se infló hasta el 6 a 0.
Gracias a esta victoria contundente, Argentina superó a Brasil en diferencia de goles, clasificó para la final y luego se proclamó campeón del mundo por primera vez en su historia.
Durante muchos años se habló de un arregló entre los presidentes de los dos países, Francisco Morales Bermúdez (Perú) y Rafael Videla (Argentina). Ambos eran militares y habían entrado en la política mediante golpes de estado. Se habló de toneladas de trigo que el gobierno argentino había regalado a Perú. Se habló de colaboración mutua en el secreto plan “Cóndor” que desaparecía opositores y gente incomoda. Se habló también de una visita de Videla al vestuario peruano, a pocos minutos antes del partido.
Se habló mucho, pero se comprobó poco. Tal vez nunca vamos a saber qué pasó realmente en aquel partido. Tampoco sabremos por qué Velázquez esperó 40 años para pronunciar sus acusaciones.
De todas formas, más allá de las pruebas, aquel mundial quedó en las memorias como un escenario poco iluminado. Pues se jugó en plena dictadura militar y varios partidos, incluyendo la final, se disputaron en el estadio Monumental (la cancha de River), a pocos metros de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) que era uno de los centros clandestinos de detención y tortura de los opositores de la junta militar.
Por razones políticas la gran estrella de los 70, el holandés Johan Cruyff, renunció al mundial. También lo hicieron sus compañeros Ruud Geels, Eddy Treytel, Jan van Beveren y Willy van der Kuylen. Por su parte, el arquero alemán Sep Maier firmó una petición de Amnistía Internacional en favor de los presos políticos argentinos. Mientras el diputado y futuro primer ministro francés, Lionel Jospin, directamente pidió el traslado del Mundial a otro país.
“No obstante los charcos de sangre –subraya el periodista y escritor argentino Luciano Wernicke– la pelota rodó y dejó, nuevamente, cientos de historias.” No todas con un final feliz, por supuesto.