Los cambios en su distribución, abundancia, desarrollo y diversidad de árboles, arbustos y hierbas anticipan información que afecta al mantenimiento de la diversidad de especies de flora y fauna.
Los bosques secos son reconocidos a escala mundial debido a su diversidad única, pero también por el alto nivel de amenaza que presentan pues alrededor del 70% de su cobertura original se ha perdido. Describir los estados de conservación del bosque tropical estacionalmente seco, más conocido como bosque seco, y analizar de qué forma las actividades humanas han dado lugar a esos estados de conservación, centra las actividades del equipo de investigación que coordina Andrea Katherine Jara Guerrero, docente del Departamento de Ciencias Biológicas de la UTPL.
Cuando hablamos de problemas de conservación, normalmente pensamos en la desaparición de especies silvestres y, con menor frecuencia, en los servicios ecosistémicos que las poblaciones humanas podemos perder, como el mantenimiento de fuentes de agua de calidad para nuestro consumo directo y para la producción de cultivos y el control de la erosión del suelo, entre otros. Antes de que esas pérdidas ocurran, se generan cambios en el bosque relacionados con la complejidad de la “estructura de la vegetación”, es decir, con la distribución, abundancia, desarrollo y diversidad de árboles, arbustos y hierbas. Esta estructura es la que en gran medida asegura la capacidad del ecosistema de brindar servicios y, además, da lugar a la formación de una variedad de microhábitats de los que depende el mantenimiento de la diversidad de especies de flora y fauna.
“Conocer cómo las presiones humanas afectan la estructura de la vegetación puede servir como un indicador sobre cuándo el bosque está perdiendo la capacidad de albergar a ciertas especies que requieren microambientes especiales. Por ejemplo, se sabe que los mamíferos más grandes son los primeros en desaparecer cuando el bosque se torna menos denso, pues son más visibles, y, con ello, más vulnerables. Animales más pequeños, como aves, micromamíferos, o anfibios también pueden afectarse al perder sitios especiales para anidar o descansar. Esa información nos permite saber cuándo el bosque empieza a perder la capacidad de brindar servicios ecosistémicos, como protección del suelo contra la erosión, regulación de fuentes de agua, mantenimiento de la biodiversidad, entre muchos otros”, señala Jara.
Los resultados preliminares de la investigación muestran que las presiones humanas sobre estos bosques están generando una pérdida de algunas características de la vegetación. “Por ejemplo, los sitios que soportan una mayor presión humana (ej. sitios más cercanos a zonas pobladas o con mayor número de carreteras) presentan una menor abundancia de árboles. Además, los árboles son en general de menor tamaño. Pero, asimismo, esta pérdida de estructura de la vegetación está afectando a la riqueza de especies arbóreas, es decir, muchas especies de árboles características del bosque seco se están perdiendo en las zonas de bosque sujetas a una fuerte presión humana”, asegura Andrea Katherine Jara.
Los bosques secos ocupan cerca del 42% de los bosques tropicales del mundo. En Ecuador representan una gran proporción de la región Costa y de los valles interandinos de la Sierra. Conocer y detectar a tiempo los cambios en las características de la vegetación puede permitir la aplicación de medidas apropiadas de manejo que eviten la pérdida de especies y, con ello, la pérdida de servicios ecosistémicos que una gran proporción de la población humana requiere. La caracterización de los estados del bosque seco es una herramienta que los tomadores de decisión pueden utilizar para priorizar sitios que requieren mayor atención, así como definir las acciones de manejo específicas que se deben aplicar en diferentes sitios de bosque seco, según su estado de conservación.
Esta entrevista forma parte de la Revista Perspectivas de Investigación, edición #53, correspondiente a los meses junio-julio 2020. Si quieres acceder a la revista completa clic aquí.