La polarización política no es un fenómeno exclusivo de un país en concreto. Tampoco se limita al enfrentamiento entre ideologías clásicas como la Izquierda y la Derecha. Hoy, la polarización se ha convertido en un rasgo estructural del mundo contemporáneo. Según el informe Perceptions of Democracy de International IDEA (2024), en 11 de 19 países analizados menos de la mitad de la población cree que las elecciones recientes fueron libres y justas, inclusive en democracias consolidadas como Estados Unidos o Taiwán. 

Según el Latinobarómetro 2024, en Latinoamérica el sistema de partidos está gravemente erosionado: el 70 % de la población cree que “los partidos no representan a la ciudadanía”. Además, 27 presidentes en 10 países abandonaron el poder antes de concluir su mandato desde 1979, y 24 mandatarios han sido condenados o acusados por corrupción, minando la confianza en las élites políticas. Ecuador está entre los países con mayor rotación presidencial en la región, con cinco presidentes que no concluyeron su mandato.

En este contexto, la polarización no solo es ideológica o mediática, sino también emocional y estructural: esto se refleja en la frustración con las instituciones, el pesimismo sobre el futuro nacional y la demanda de soluciones inmediatas, incluso si estas comprometen principios democráticos.

En Ecuador, el desencanto ciudadano es profundo. Solo la mitad de los ciudadanos apoya abiertamente la democracia, aunque ocho de cada diez ecuatorianos no están satisfechos con su funcionamiento. A esto se suma que Ecuador se encuentra entre los países con mayor percepción de inseguridad (violencia, narcotráfico, violencia doméstica). Estas cifras reflejan una sociedad frustrada con su clase política, insegura frente al futuro y cada vez más abierta a “salidas rápidas” que, en el fondo, podrían comprometer sus libertades.

Democracias fatigadas: la tentación autoritaria en tiempos de crisis

Para Santiago Pérez Samaniego, director de la carrera de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la UTPL, hablar de polarización política implica reconocer una “creciente división dentro del entorno social, relacionada con posturas ideológicas opuestas, lo que dificulta el consenso y compromete la gobernabilidad efectiva de un Estado”. Esta división, dice, ha ido más allá de lo ideológico y se ha ligado peligrosamente a liderazgos personalistas, prácticas populistas y desconfianza institucional.

La política, recuerda, “debería ser un proceso de resolución de conflictos sociales a través del diálogo, la negociación y la construcción de consensos”. Sin embargo, hoy vemos lo contrario: bloqueos sistemáticos, discursos incendiarios y estrategias basadas en la confrontación emocional.

La polarización no es solo un problema ecuatoriano. Santiago lo ubica dentro de un proceso más amplio: “Desde la caída del Muro de Berlín y el fin del mundo bipolar, se impuso un modelo democrático liberal como único camino. Pero el mundo no es unipolar: hoy vivimos en un escenario multipolar con nuevas potencias y conflictos cruzados”.

En la primera vuelta, casi el 90% de los votos se polarizó en dos grandes bloques antagónicos, reflejando una sociedad profundamente dividida. Familias, compañeros de trabajo y ciudadanos defendieron posiciones enfrentadas en un ambiente de desconfianza, campañas sucias y descalificaciones.

Santiago Pérez, director de la Carrera Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la UTPL

En América Latina, esto ha dado lugar a una generación de líderes —de Derecha e Izquierda— que capitalizan el descontento ciudadano: Bolsonaro, Kirchner, Bukele, Maduro, Correa, Milei. “El populismo y el autoritarismo han encontrado terreno fértil en sociedades fracturadas”, advierte Santiago. Y Ecuador no escapa de esa lógica con elecciones marcadas por enfrentamientos, donde sentimientos como el orgullo, la esperanza, el odio o el desprecio moldean la manera en que los ciudadanos sienten y actúan políticamente: redes sociales como campos de batalla, instituciones debilitadas y promesas mágicas para problemas estructurales.

Uno de los datos más preocupantes viene del aumento de ecuatorianos que estaría dispuesto a aceptar un régimen no democrático si es que resuelve los problemas del país. El 61 % de los ciudadanos dice estar de acuerdo con la afirmación: “No me importaría que un Gobierno no democrático llegara al poder si resuelve los problemas”.

Este porcentaje es uno de los más altos de América Latina, solo por debajo de Paraguay (70 %), Guatemala (67 %), y El Salvador (62 %). Además, el promedio regional también es alto: el 53 % de los latinoamericanos comparte esta postura, lo que indica una tendencia generalizada hacia la aceptación de soluciones autoritarias ante contextos de crisis.

Para Santiago, eso evidencia una grave pérdida de fe en la democracia. “Muchas personas ya no creen que la democracia funcione. Buscan soluciones drásticas e inmediatas, aunque eso implique sacrificar libertades”.

Esto crea el escenario perfecto para el surgimiento de liderazgos caudillistas, que ofrecen respuestas simples a crisis complejas. “Las nuevas autocracias no llegan con tanques, sino con votos. Y una vez en el poder, se comen las instituciones desde dentro”, explica, refiriéndose a los llamados regímenes electo-autoritarios.

Frente a ese contexto, la pregunta es inevitable: ¿cómo se puede gobernar un país dividido? Santiago cree que hay salidas, pero no son fáciles. “Necesitamos operadores políticos técnicos, que no estén tatuados con una bandera partidista, sino que busquen soluciones reales desde la negociación”, afirma.

También señala la urgencia de tener una política de Estado que trascienda los ciclos electorales. “No puede ser que cada nuevo Gobierno destruya lo anterior. Necesitamos planificación a largo plazo. ¿Por qué no tenemos un Plan Ecuador 2040?”.

Pero incluso con planificación, los desafíos persisten. En un contexto polarizado, hasta los temas comunes como el cambio climático, el acceso al agua o la seguridad se vuelven ideológicos. Si lo menciona “el otro”, se rechaza automáticamente.

De lo político a lo emocional: el siguiente nivel de la fractura

La polarización no se queda en lo institucional. Tiene una dimensión más íntima, más cotidiana, más visceral. Cuando el desacuerdo político se convierte en rechazo emocional y, cuando no solo pensamos diferente, sino que nos odiamos por ello, entramos en el terreno de la polarización afectiva.

Los investigadores Iyengar y Westwood afirman que la polarización emocional no es solo que pensemos distinto, sino que “empecemos a odiar al otro grupo, a desconfiar de él, a desear que pierda, inclusive si eso afecta al país entero”.

Aranzazu Cisneros, docente del Departamento de Psicología de la UTPL, lo explica con claridad: “Cuando discrepamos con alguien, ya no solo atacamos sus ideas sino a la persona misma. Eso genera un problema muy grave”. El desacuerdo se vuelve amenaza y eso dispara nuestras alarmas emocionales más primitivas.

La Psicología tiene mucho que decir aquí. Somos seres sociales que buscamos pertenecer. Como explica Aranzazu, “ese sentido de pertenencia nos da seguridad” y, por eso, cuando alguien ataca nuestras ideas lo sentimos como un ataque personal. Nuestro cerebro, diseñado para sobrevivir en tribus, reacciona al desacuerdo con miedo o rabia, “no entiende que ya no estamos en una situación en la que tenemos entornos amenazantes de muerte”. Es lo que ella llama el “cerebro primitivo”: rápido, emocional, impulsivo. No busca entender, sino protegerse. 

Si la polarización afectiva escala, puede llegar a su forma más extrema: la deshumanización. Lo explica Aranzazu con preocupación: “El siguiente paso tras la polarización afectiva puede ser la deshumanización cuando dejamos de ver al otro como un igual”. Cuando deshumanizamos estamos más dispuestos a justificar agresiones, censura, exclusión e incluso violencia física. La política ya no es un desacuerdo, se vuelve una guerra moral.

Somos seres sociales, necesitamos identidad y pertenencia para sentirnos seguros. Cuando eres parte de un entorno polarizado, sólo te rodeas de personas que ratifican que ser quién eres es lo adecuado.

Aranzazu Cisneros, docente del Departamento de Psicología de la UTPL

En este panorama, las redes sociales no ayudan, sino que más bien potencian todo lo anterior. Los algoritmos premian la indignación, la polémica, los extremos. Y muchas veces, como señala Aranzazu, “hemos delegado en la tecnología el crecimiento de las nuevas generaciones”, dejando que su desarrollo emocional y social se forme en espacios donde no hay escucha, ni matices, ni pausa.

¿Y cómo salimos de este ciclo? La solución no está solo en la política, sino en la educación emocional y cognitiva. Para Aranzazu es clave enseñar desde la infancia que “un problema puede tener muchas soluciones, no solo una correcta”. Y eso se entrena con empatía, con contacto humano y con entornos donde equivocarse no sea un pecado, sino una oportunidad para aprender.

Después de este recorrido por las raíces políticas y emocionales de la polarización, quizás no podamos erradicarla totalmente, porque siempre habrá diferencias legítimas, pero sí podemos evitar que esas diferencias se conviertan en trincheras irreconciliables.

La polarización extrema amenaza a la democracia como sistema político y también a la convivencia como forma de vida compartida. Si dejamos de escucharnos, de respetarnos, de ver al otro como un igual, lo que está en juego no es solo el poder: es nuestra salud emocional colectiva y la posibilidad de un futuro común.

Frente a un mundo cada vez más dividido, humanizar el desacuerdo puede ser el acto más urgente y transformador.

Periodista especializado en ciencia, documentalista, fotógrafo y diseñador, responsable de Cultura Científica - DIRCOM en la Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL) y co-editor y redactor de la Revista "Perspectivas de investigación". Magíster en Estudios de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación por la Universidad de Oviedo, Universidad de Salamanca y la Universidad Politécnica de Valencia y miembro de la Asociación Española de Comunicación Científica (AEC2). Entre los documentales que ha dirigido, destacan, "Páramos, donde nace la vida", "Lágrimas de vida" y "Café de Loja: Ciencia, Arte y Tradición".