El origen

Un breve recorrido por el origen de la Tierra

Hace aproximadamente 15 billones de años, cuando solo existía radiación y partículas distribuidas uniformemente, las cuales conformaban la materia original, en un espacio estrecho se concentró radiación y partículas que provocaron una gran explosión, conocida como Big Bang, que hizo que se libere una cantidad de energía cercana a los mil billones de grados centígrados (Medina, 2001), esta es la hipótesis más aceptada científicamente sobre el origen del universo.

Después, el universo se enfrió y permitió la formación de partículas subatómicas que originaron los átomos. Las nubes gigantescas de estos elementos se unieron más adelante a causa de la gravedad para dar paso a la formación de estrellas y galaxias. Hace unos 4.500 millones de años, a partir de una nube de gas y polvo, se formó el Sol. Por efecto de gravedad empezó a girar, dando origen a lo que hoy conocemos como sistema solar. El resto de materia libre, como polvo, elementos, materiales pesados y rocosos se unieron para formar los planetas más pesados.

En el caso de la Tierra, primero se formó el núcleo con los materiales más pesados, y los livianos ascendieron para formar la corteza. En este periodo de formación también se originó el campo magnético de la Tierra, el cual la protege del viento solar. El planeta Tierra está ubicado a una distancia idónea del Sol, permitiendo así que albergue vida, donde su principal característica es la presencia de agua líquida y de gases de efecto invernadero que le permitieron obtener una temperatura óptima para la vida (Pianzola, 2014).

¿Cuáles fueron las moléculas que dieron inicio a lo que hoy conocemos?

Los científicos no saben exactamente cómo evolucionó el Universo después del Big Bang, pero muchos consideran que, con el tiempo, y a medida que la materia se enfrió, comenzaron a formarse tipos más diversos de átomos, que eventualmente se condensaron en las estrellas y galaxias de nuestro universo actual (National Geographic, 2021). Pero las primeras moléculas orgánicas posiblemente fueron más simples, basadas en carbono. Estas se unieron a otras simples para formar moléculas más complejas y estables, las cuales fueron capaces de dirigir su propia replicación y luego fueron encapsuladas, y así surgieron las primeras células, proceso que ocurrió en millones de años.

La formación de la cordillera de los Andes

La cordillera de los Andes es la cadena montañosa más larga de la Tierra, con ± 8.000 km. de longitud. Constituye una de las formaciones más extensas y altas de la Tierra (Sánchez, 2008) y atraviesa siete países: Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, Perú y parte de Venezuela (FAO, 2014). La formación de la cordillera empezó hace 40 millones de años cuando la placa tectónica de Nazca se deslizó contra el continente sudamericano y se hundió bajo él por un proceso de subducción. Pero fue recién en el Mioceno, hace unos 10 millones de años, que la cordillera andina empezó a tomar forma y diferentes macizos se conectaron entre sí. En la cadena andina se puede distinguir los Andes del norte, los centrales y los del sur.

En el Plioceno, época geológica con una antigüedad de 5 a 2.5 millones de años, la cordillera se levantó hasta la altitud en la que se encuentra actualmente, y es también en este intervalo de tiempo, que se constituyeron los páramos y el bosque andino (Morales-Betancourt y Estévez-Varón, 2006). En Ecuador, la cordillera de los Andes tiene una extensión de 800 km, y entre 100 y 200 km. de ancho, y los páramos ocupan las partes más altas en la porción tropical de la cordillera.

¿Por qué no hay volcanes al sur del Ecuador?

Actualmente se ha contabilizado 84 volcanes en Ecuador continental: tres en proceso de erupción, 20 entre activos y potencialmente activos y 61 considerados extintos o dormidos (Bernard y Andrade, 2011). En la parte norte y central del país, donde existen numerosos picos volcánicos que llegan hasta los 6.300 m s.n.m., son característicos los suelos de cenizas volcánicas, mientras que al sur de Ecuador las montañas escasamente alcanzan los 4.000 m s.n.m. ya que allí los suelos no están sobre depósitos volcánicos (Mena et al., 2011).

En los Andes del sur, a partir de Riobamba, no se presentan volcanes activos debido al hundimiento de parte de la litosfera oceánica producto de la subducción, la cual no permite la formación de magmas y por ende de volcanes. Varios estudios geológicos demuestran la posible existencia de volcanes en Azuay, pero cualquier actividad volcánica cesó hace al menos un millón de años. Desde entonces, las condiciones internas que favorecen la formación de magma han cambiado (IGM, 2022).

¿Y cómo apareció del agua en la tierra?

Existen varias teorías sobre el origen del agua en el planeta. La primera es el origen extraterrestre, según la cual hace 4.000 millones de años, aproximadamente, la Tierra sufrió el impacto de los restos de la formación de nuestro sistema solar por lluvia de meteoritos. Dentro de cada meteorito se asume que se encontraban cristales parecidos a granos de sal, donde había diminutas gotas de agua. El bombardeo de millones de ellos por 20 millones de años formó piscinas de agua que se embalsaron sobre terreno sólido (Díaz, 2015). La segunda teoría es el origen terrestre, debido a que la molécula de agua es químicamente formada por tres unidades, y se puede asumir que fueron de las primeras moléculas en formarse en el planeta. Con base en el estudio de cristales de circón se ha podido inferir que el agua líquida existe desde al menos hace 4 400 millones de años, poco después de la formación de la Tierra (Marín, 2021).

El páramo

En tiempo evolutivo, los páramos andinos son de reciente creación, de origen glacial natural, y están asociados al periodo de levantamiento de los Andes hace aproximadamente cinco millones de años. En Ecuador los páramos cubren 1.337.119 hectáreas, que representan un 5% del territorio (Hofstede et al., 2014) y se distribuye en 15 provincias, donde sus cotas se ubican entre los 3.200 y los 4.700 m s.n.m., alcanzando el límite inferior del piso glaciar o gélido (Camacho, 2013). Además, las erupciones de los más de 80 volcanes presentes en los Andes del Ecuador (cinco de ellos aún activos), fueron y han sido claves en la formación de los suelos del páramo en la parte norte del país, a partir de los grandes volúmenes de ceniza arrojados por estos volcanes durante sus procesos eruptivos (Podwojewski y Poulenard, 2000).

La vegetación del páramo

El páramo tiene una distribución discontinua y está formado por una serie de islas de vegetación paramera (Llambí et al., 2012). En general, las plantas de los páramos presentan adaptaciones que les permiten soportar bajas temperaturas, sobre todo en la noche; alta radiación en el día; baja disponibilidad de nutrientes del suelo y algunas épocas de sequía. La vegetación está dominada por gramíneas, hierbas, arbustos y rosetas gigantes (frailejones) que se distribuyen solo al norte del país.
Tanto en el norte como en el sur predominan rosetas gigantes del género Puya y gramíneas como la paja (Stipa ichu), de lo cual deriva su denominación de “pajonal”. También se puede encontrar otras formas como la “arosetada” y la “almohadilla”, como se las conoce comúnmente, ya que son típicas de la zona y se adaptan a la altura y adoptan funciones de almacenamiento de agua en grandes cantidades.

Otro representante es el musgo del género Sphagnum que se presenta como un reservorio capaz de retener en sus tejidos hasta 40 veces su peso seco con agua (Camacho, 2013). El páramo ecuatoriano está constituido por aproximadamente 1.524 especies de plantas (Minga et al., 2016). Cerca de 60% de las plantas del páramo son endémicas, lo que quiere decir que solo habitan en dicho lugar (Llambí et al., 2012).

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Periodista especializado en ciencia, documentalista, fotógrafo y diseñador, responsable de Cultura Científica - DIRCOM en la Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL) y co-editor y redactor de la Revista "Perspectivas de investigación". Magíster en Estudios de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación por la Universidad de Oviedo, Universidad de Salamanca y la Universidad Politécnica de Valencia y miembro de la Asociación Española de Comunicación Científica (AEC2). Entre los documentales que ha dirigido, destacan, "Páramos, donde nace la vida", "Lágrimas de vida" y "Café de Loja: Ciencia, Arte y Tradición".