La vitamina D se sintetiza en la piel gracias al sol, por eso se la conoce comúnmente como “la vitamina del sol”, y se activa a través de un proceso denominado hidroxilación que se lleva a cabo en el hígado y los riñones. La vitamina D adquirida por la piel contribuye al 90% del requerimiento de esta vitamina, aunque no debemos desdeñar la importancia de complementar con alimentos ricos en vitamina D como el aceite de hígado de bacalao, sardinas, atún, zumo de naranja o cereales, entre otros. El receptor de la vitamina D está presente en la gran mayoría de los tejidos y células, es por eso que tiene un papel importante en todo el organismo. 

Esta vitamina es ampliamente conocida por la función reguladora del calcio y fósforo. Niveles óptimos de esta asegurarán una correcta absorción del calcio, llegando a aprovechar el 40% del calcio presente en los alimentos; mientras que con un déficit de esta vitamina su absorción se puede reducir a menos del 15%. Niveles bajos de vitamina D en la sangre conlleva debilidad muscular y desmineralización de los huesos, y en los niños puede causar trastornos como raquitismo, caracterizado por la deformación del esqueleto y retraso del crecimiento. En adultos, la osteomalacia es uno de los trastornos que aumenta el riesgo de fractura ósea, especialmente importante en personas de la tercera edad donde el riesgo de caída fortuita es mayor. 

Según José Contreras, docente de la carrera de Enfermería de la Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL), “los estudios sobre la vitamina D se hacen cada vez más complejos porque se descubren nuevas funciones que tiene en el cuerpo”, como el rol que desempeña para el funcionamiento del sistema inmune y del sistema nervioso. Se ha comprobado científicamente que es esencial para el cerebro, desde su formación hasta el mantenimiento de una actividad cerebral normal. Estudios recientes han asociado el déficit de vitamina D con enfermedades neuropsiquiátricas como depresión, esquizofrenia o trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), entre otras. 

La vitamina D actúa en nuestro sistema inmune como un modulador, antiinflamatorio y antioxidante que inhibe la producción de citoquinas proinflamatorias. Cuando un virus o una bacteria amenaza nuestro organismo, las citoquinas coordinan la respuesta de las células inmunes a través de citoquinas proinflamatorias y, cuando detecta que ya pasó la amenaza, da la orden de parar mediante citoquinas antiinflamatorias. El peligro se da cuando las citoquinas proinflamatorias generan una respuesta descontrolada y desatan lo que se ha llamado la tormenta de citoquinas en la que la liberación rápida de citoquinas en la sangre desencadena un estado de hiperinflamación con resultados graves para aquel que lo sufre.  

Los síntomas graves de la Covid-19 están asociados con los efectos que la tormenta de citoquinas infringe al organismo, llevándolo a una falla multiorgánica, y es aquí donde la vitamina D adquiere un rol importante como inmunorregulador. 

Aunque la mortalidad por la Covid-19 ha descendido y algunos políticos se plantean declarar el fin de la pandemia, según José “para la ciencia médica, la Covid-19 no ha terminado porque estas enfermedades pasan de ser pandemias a ser endemias, es decir, el virus va a seguir circulando como ocurrió con el resurgimiento de la viruela símica, la aparición de una nueva variante del VIH o la poliomielitis. Como virus, ellos buscan la manera”, explica. Según el artículo “Vitamin D: A Role Also in Long COVID-19?” publicado en la revista científica Nutrients, del que José es coautor, se afirma que “una proporción significativa de personas que se han recuperado de la Covid-19 siguen sufriendo” lo que se ha denominado Covid-19 prolongado. Esto se da cuando los síntomas derivados de la enfermedad, como fatiga, dificultad para respirar, tos, dolor en las articulaciones, dolor en el pecho, dolores musculares, dolores de cabeza, etc. persisten más allá de 60 días posterior a la infección. “Es importante enfatizar que la deficiencia de vitamina D está relacionada con muchas otras enfermedades y condiciones que aumentarán el riesgo de desarrollar Covid-19 persistente”, afirma el artículo. 

Los grupos poblacionales que son considerados de riesgo por la deficiencia de vitamina D son: adultos mayores, debido a que con la edad disminuye la capacidad de la piel para sintetizarla; pacientes bariátricos; pacientes con síndrome nefrótico; adultos con problemas graves de obesidad; pacientes que toman una amplia variedad de medicamentos como anticonvulsivos o los medicamentos para tratar el VIH-SIDA, entre otros.  

Hay que tener en cuenta que el uso de protector solar factor 30 reduce hasta en un 95% la síntesis de esta vitamina en la piel. Una exposición solar adecuada, complementada con alimentos ricos en vitamina D, debe ser suficiente para satisfacer todas las necesidades de esta, salvo que la persona se encuentre en alguno de estos grupos de riesgo o tenga síntomas que alerten de un posible déficit como debilidad muscular, fatiga y/o sensación de depresión. Para estos casos se recomienda consultar a un médico. Consumir suplementos de Vitamina D sin control puede desencadenar una situación de hipervitaminosis D que, aunque poco frecuente, puede llegar a ser grave. 

“¿Cómo explicas que un país que tiene superávit de producción de alimentos tenga dos grandes problemas: por un lado, desnutrición crónica antes de los cinco años y, por otro, obesidad en la adolescencia? Solo se puede explicar por hábitos que no son saludables”, afirma el investigador. Saber obtener vitamina D de calidad es imprescindible y debe incorporarse como un hábito dentro de una vida saludable. “La vitamina D se adquiere principalmente por la luz solar. En una situación normal se recomienda una exposición entre 15 y 30 minutos para obtener la suficiente Vitamina D del día, antes de las 9 de la mañana y después de las 4 de la tarde, donde la incidencia de la radiación solar no es tan fuerte, salvo que haya algún tipo de recomendación adicional debido a la alta radioactividad”, agrega.

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Periodista especializado en ciencia, documentalista, fotógrafo y diseñador, responsable de Cultura Científica - DIRCOM en la Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL) y co-editor y redactor de la Revista "Perspectivas de investigación". Magíster en Estudios de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación por la Universidad de Oviedo, Universidad de Salamanca y la Universidad Politécnica de Valencia y miembro de la Asociación Española de Comunicación Científica (AEC2). Entre los documentales que ha dirigido, destacan, "Páramos, donde nace la vida", "Lágrimas de vida" y "Café de Loja: Ciencia, Arte y Tradición".